viernes, 21 de septiembre de 2012

Renacer

         Se encontraba solo, en su habitación, el único sonido en vacío que se escuchaba era el pálpito de su cansado corazón y el resonar de las gotas de agua que caían en un cubo metálico de una vieja cañería que se encontraba en el fondo de la habitación.
         En la habitación solo se encontraba él en la vieja silla, y una mesa con una botella de Ribera del Duero vacía, una sucia copa de cristal, y un pequeño bote que no podía entenderse muy bien lo que en el ponía. Se mostraba ausente, cansado, mareado, echado sobre la mesa, pues notaba como su cabeza le daba vueltas y si hacía por levantarse de la silla, su cuerpo se desvanecía.
         De repente escuchó el murmullo de una voz, un susurro que le venía del interior, no quería escucharla, pero no le quedaba otro remedio. Le vinieron recuerdos de su angustiado pasado, de las diversas calamidades por las que tuvo que pasar de esa infancia infortuita, en sus clases magistrales ante un publico que le miraba expectante e interesado mientras tomaban notas, y sobre todo en esos momentos en los que no había mejor momentos que estar junto a ella,... Ya no le quedaban fuerzas, había luchado en una batalla en la que ella se lo llevó todo, hasta su razón de ser.
         Se maldecía una y otra vez por haber amado desesperadamente a esa persona, que como habían hecho muchos de sus seres queridos lo habían abandonado, sintiéndose totalmente solo, pues esa voz se lo repetía una y otra vez. No quería escuchar la voz incesante que le rondaba por la mente, quería luchar de nuevo, volver a ser valiente, sabía que aún le quedaban fuerzas para levantarse, pero el intento de hacerlo fue en balde, sin éxito, dejándose caer de nuevo sobre la mesa.
        Abrió los ojos y dándose por vencido, cogió aquel bote en el que ahora se leía borrosamente la palabra "CIANURO", ingirió de este producto, provocandole así una muerte muy dolorosa, tan solo fueron los 50 miligramos de este potente veneno lo que le provocó una parálisis respiratoria al actuar este sobre el aparato respiratorio, notando una agitación sin control de su diafragma, provocandole sucesivas convulsiones, mientras sus negras pupilas se iban dilatando justo antes de sentir... el paro cardíaco.
         Había sido en tan solo un minuto, pero para él fue su minuto de gloria.
         El cuerpo caía al suelo inerte, la mesa quedaba volcada, la copa de cristal rota, y sobre la botella una carta, en la que se leían las palabras "A buscarte pronto iré"

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