miércoles, 9 de enero de 2013

Notas de un suicidio premeditado


      Sentado en su sillón de piel negro, escribía lo que iba a ser sus últimos días. Completamente aturdido y ausente por el gran dolor que sentía en su corazón.
      En un papel con bolígrafo azul, anotaba todos los pasos a seguir, junto una bellísima carta con olor a azahara, dedicada a una gran persona, pues una enfermedad mortal acabó con ella.
      Pasaron los días, y como había anotado, se hallaba dentro de una bañera, llena de agua, únicamente sobresalía sus brazos, parte del pecho y su rostro apenado, entristecido, infausto, lamentable...
      Iba a seguir un método bien conocido. Había estudiado cada uno de los pasos para que este fuera eficaz.
     Cogió una de sus viejas cuchillas oxidadas de afeitar. Comenzó a introducirla en su débil y húmeda piel, por la zona de la muñeca izquierda... desgarrandose así la piel y la carne hasta que llegó a la vena; comenzó a cortarse en el mismo sentido en el que se dirigían estos vasos sanguíneos, produciendole una mayor hemorragia y acelerando le la muerte... entretanto, el agua iba cubriendose de un rojo oscuro.
      Su cuerpo, ya sin vida, se sumergió; cerca de la bañera, mientras el agua iba cayendo en dirección al suelo, se encontraba la carta con olor a azahara.

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